Llego
pedaleando. La rueda de atrás viene medio desinflada, y eso que antes de salir
le metí aire.
El Sol me calienta la remera negra vieja, manchada, de Dos Reyes.
Tenía otra parecida, la había tirado a la basura después de que me hicieran
pizza humana cuando terminé Cs. Políticas.
-Solo ella
es capaz de llevarse mi soledad. Solo ella es capaz de llevarse mi soledad.
Estaba
tirado en la cama. Tenía el cuerpo defectuoso, viejo, roto, con problemas de
motoridad y de ubicación espacio temporal.
-Vacío por
dentro, por dentro, por dentro, por dentro.
Había mucho
sol afuera, pero las cortinas de ese viejo living boedense, de quizás 30 o 40
años atrás, lo hacían parecer a escena de Allan Poe o un a cuadro de Edward
Munch La palera de colores es definitivamente la de El Grito, de Munch. La
silla de ruedas estaba próxima. Me hace pasar sobre el costado de la cama, me
pide que lo agarre desde debajo del brazo derecho, ese que tiene paralizado en
forma de ve corta invertida. Como en la chapotera del Chavo. Empieza a divagar.
No quiere levantarse. Pide que lo dejen un rato más.
Ella le
saca una aguja que tiene clavada cerca del pubis, un poco más arriba y a la
izquierda. Sobre el final de la manguera que sale de la aguja hay una bolsa que
tiene pis. Ella cruza la manguera y se la engancha en la cintura. Le pide que
se pare. Le explica que ya le sacó la aguja, que ahora tiene que pararse porque
yo me tengo que ir.
Y es cierto.
Estoy pensando constantemente en irme de ese lugar.
-El techo
de mi cuarto lleno de universos. El techo de mi cuarto lleno de planetas. Y mi
mente es un lugar más donde vivo yo y nadie puede entrar jamás. Jamás. Jamás.
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